Sunday 18 July 2010

volviendo a escribir páginas...


Paris, juillet 2009



Entra poca luz y el ambiente está cargado. No es una espesor molesta, sino de esas que huele a papel y que se apreta entre interminables páginas de libros. Te comprimes con placer entre dos estanterías rebosantes de palabras, por lo que te sientes como en casa y, a pesar del calor, la oscuridad y el limitado hueco para pasar, eres feliz en ese medio metro cuadrado. Te encuentras con una escalera estrecha que sube en dirección contraria. Al comienzo hay un espejo. La imagen se rompe entre fotografías enganchadas. Personas que alguna vez pasaron por allí. Personas que ya no existen. Miradas que tantas cosas han visto. Subes los peldaños de uno en uno, y mientras esperas que ningún turista con prisas decida bajar antes de que llegues a la cima, te preguntas hacia dónde estás yendo. Sientes esa mezcla de rubor del voyeur y a la vez sonríes por haber encontrado ese hueco del mundo, esa escalera que sólo tú podías ver, porque el lugar al que te diriges será tu lugar preferido sobre la tierra, y nadie más lo conocerá. Llegas al último escalón y te encuentras a un hombre con cara de inglés, pómulos sonrosados, pelo gris-blanco y rizado, vistiendo unas bermudas marrones. Te sonríe y supones que viene de la expedición a la que te diriges. Te alegras de que se marche porque no tiene cara de haber encontrado el gran tesoro. Es sólo tuyo y quieres que nadie te acompañe cuando lo encuentres. Pero hay más gente allí arriba compartiendo recuerdos con títulos de los que no han oído hablar. Lo superas y vas hacia donde no hay nadie. Reconoces que ya has estado allí. Ya fuíste una mañana o tarde de primavera en la que perdiste la noción del tiempo. Alguien te llevó, pero entonces no acabaste el camino y has vuelto sobre tus pasos para llegar hasta el final. Dejas atrás lo que te parece una maraña de emociones superficial protagonizada por un par de turistas americanas, sabes que no eres el descubridor del lugar pero esperas disfrutar tu tesoro a solas. Te aventuras al fondo del pasillo donde te quedaste la última vez y ahí está, lo que no te querías imaginar. Te encuentras esa habitación abarrotada de historias, de páginas, de papeles, de confesiones, de polvo y de olor a piel curtida y antigua. El mejor regalo sin duda es la ventana, que te aísla del resto de la ciudad y te hace partícipe al mismo tiempo de su historia, su locura y su pasión. Atisbas entre ramas lo que se supone que es la catedral de Notre Damme. Te emocionas al sentirte dentro de tu piel en ese exacto lugar. Sientes que todo está bien. A pesar de lo desconsolada y asquerosa que es la vida ahí fuera en ese momento, en ese vicioso espacio todo está bien. Y no quieres abandonar ese lugar porque sabes que tampoco volverás hasta dentro de bastante tiempo... o incluso más. No tienes ni idea de si tan siquiera volverás y eso te rompe ya que sientes que te pertenece. Miras a tu alrededor, cada minúsculo y tonto detalle que confirma que ese es tu lugar. Una mesa a rebosar de cuadernos y libros. Una butaca medio rota pero que todavía se merece su nombre. Un poster de “On the road” de Kerouak que te hace preguntarte desde cuándo está ahí colgado... te sientas sin un libro en las manos contemplando la escena, creando recuerdos. Recuperas el día en el que fuíste allí por primera vez y una sonrisa se pinta inconscientemente en tus labios. Te das cuenta de que el mayor valor de algo son sus recuerdos y que ese lugar es importante por lo que estás sintiendo en ese mismo momento. Recuerdas aquel día y lo que sentías. El contexto y quien te acompañaba... y vuelves a esa página a escribir recuerdos sintiéndote en un lugar especial que nadie más conoce. Y creas este lugar por esos momentos que te hicieron sentir. Haces unas cuantas fotos sabiendo que serán tus favoritas. Pasas allí unos minutos esperando el momento en el que te tengas que ir, cuando alguien entra. Escribes el punto y final de esa página y te precipitas a la salida, sin mirar atrás para no ver la cara del adiós y comprando algún recuerdo por el camino.

Thursday 8 July 2010

the "going through"...


Menorca, agost 2009

“Stop the car!” “what.... WHAT??” “Stop the car!”

You know one of those moments you would pause the world? Like on a summer afternoon, laying sleepy on a deckchair... on the grass or on the beach... or sitting on the river shore with your legs hanging off.
It is also like a midnight endless kiss you don't want to end. That sound, that taste and that smell.
Like a landscape you cannot understand its beauty and its simplicity.
Then you need to stop the car and pause that very second. Leave everything behind and just exist. You cross the frontier between the “ongoing” and the “right now.”
You realize that everything is actually paused. There is life, there are dreams. No hurries. Just life. That very second disappears with a whisper. We normally let it go with our thoughts. But there... there were no thoughts, there were no dreams, there was no past nor future. Just me in that very second, in that very place after having had one of those experiences listening to “Everything's not lost” with windows down and air flowing in the car. Everybody singing out while the breeze caressed our skin and draw smiles on our faces. No plans made.
So stop the car. Enjoy that very moment. That road. That view.
You realize you're just there, in the very road, in the “through” and the “going to”... and it's full of life and beauty which we transform into happiness. Those stones talk about smiles and looks, and other people singing other moments. “Moments of being”, like Virginia Woolf would say. It's not the goal but a much richer “before.” “The meanwhile” is alive and I was about to cross it without seeing it.
So I needed to stop the car to enjoy the road.

… and the second is gone.